De vez en cuando, los dioses otorgan su gracia a un individuo, permitiendo así que este pueda cambiar el mundo, haciendo grandes cosas con el poder de su fe y con el de sus seguidores, logrando así que el poder y fama de dichos dioses crezcan de manera exponencial.
Arianna Carun no era para nada uno de estos individuos, y tal y como iba la vida de la joven Aquilonia, y lo mas probable es que nunca lo sería. Pero sí que conoció a uno en cierto momento de su vida. En el momento de su vida en el que esta cambió de manera radical...
La fe de otros
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Re: La fe de otros
- ¿Cómo se te pudo pasar por la cabeza entrar en el templo de Mitra a robar, justo el día en que el gran profeta Caius ha venido a Tarantia?
- Sentí que hoy sería mi día de suerte...
- Pues te equivocaste, muchacha. La gente famosa suele vivir mucho porque saben cubrirse las espaldas. De no ser por la visita de Caius, probablemente habrías conseguido algo. En fín... disfruta de tu celda hasta que se decida qué hacer contigo.
El guardia dejó la correspondiente ración de comida en el suelo, cerca de los barrotes de la celda, y volvió a su puesto. La habían cogido, pero al menos hoy comería algo decente. Se levantó, y fue hacia la comida, que atrajo hacia la celda arrastrando la bandeja por el suelo. Hasta eso le costaba, después de los golpes de los guardias, y de haber estado atada horas, ya que estos no querían perderse el sermón que el profeta había venido a dar.
Una vez con la comida a mano, se dispuso a devorarla antes de que algún guardia cruel tratara de quitarsela. Para evitar problemas innecesarios, en la bandeja no había cubierto alguno, cosa que no impidió que la chica se comiera la comida con las manos. Tras días sin comer, no iba a remolonear por una tontería así.
Entonces, en cierto momento de la comida, la joven alzó la mirada. No estaba sola. Un hombre rubio, muy alto y musculoso la miraba fíjamente. Llevaba la ropa muy destrozada, pero no se veía cicatriz alguna en su piel. Sin embargo, la locura se percibía con total claridad en la mirada de aquel individuo. Sin dejar de comer y atenta a cualquier movimiento de aquel tipo que en ningún momento había visto desde que había llegado a la celda, mantuvo la mano izquierda sujetando la bandeja por si tuviera que utilizarla como arma improvisada. Aunque eso de poco serviría.
- Yo te liberaré... - dijo aquel hombre, con la mirada enloquecida clavandose en los ojos de la chica í¢€â€œ Y después, me liberarás tú a mí. O morirás.
Acto seguido, escuchó unas voces viniendo del puesto del guardia. Sin dejar de vigilar al compañero de celda, la joven se acercó a los barrotes y trató de ver de quien se trataba. Segundos después, el guardia fue de nuevo a la celda.
- Pues al final va a resultar que era tu día de suerte, muchacha... - dijo, mientras abría la celda í¢€â€œ Alguien importante y con dinero te quiere fuera de aquí. Y es mejor llenar las celdas de indiviuos peores que una pequeñaja sin rumbo en la vida.
- ¿Cómo ese tipo? - respondió, limpiandose las manos en su ropa y señalando a la celda.
- ¿Qué tipo? Ahí no hay nadie, pequeña...
- Sentí que hoy sería mi día de suerte...
- Pues te equivocaste, muchacha. La gente famosa suele vivir mucho porque saben cubrirse las espaldas. De no ser por la visita de Caius, probablemente habrías conseguido algo. En fín... disfruta de tu celda hasta que se decida qué hacer contigo.
El guardia dejó la correspondiente ración de comida en el suelo, cerca de los barrotes de la celda, y volvió a su puesto. La habían cogido, pero al menos hoy comería algo decente. Se levantó, y fue hacia la comida, que atrajo hacia la celda arrastrando la bandeja por el suelo. Hasta eso le costaba, después de los golpes de los guardias, y de haber estado atada horas, ya que estos no querían perderse el sermón que el profeta había venido a dar.
Una vez con la comida a mano, se dispuso a devorarla antes de que algún guardia cruel tratara de quitarsela. Para evitar problemas innecesarios, en la bandeja no había cubierto alguno, cosa que no impidió que la chica se comiera la comida con las manos. Tras días sin comer, no iba a remolonear por una tontería así.
Entonces, en cierto momento de la comida, la joven alzó la mirada. No estaba sola. Un hombre rubio, muy alto y musculoso la miraba fíjamente. Llevaba la ropa muy destrozada, pero no se veía cicatriz alguna en su piel. Sin embargo, la locura se percibía con total claridad en la mirada de aquel individuo. Sin dejar de comer y atenta a cualquier movimiento de aquel tipo que en ningún momento había visto desde que había llegado a la celda, mantuvo la mano izquierda sujetando la bandeja por si tuviera que utilizarla como arma improvisada. Aunque eso de poco serviría.
- Yo te liberaré... - dijo aquel hombre, con la mirada enloquecida clavandose en los ojos de la chica í¢€â€œ Y después, me liberarás tú a mí. O morirás.
Acto seguido, escuchó unas voces viniendo del puesto del guardia. Sin dejar de vigilar al compañero de celda, la joven se acercó a los barrotes y trató de ver de quien se trataba. Segundos después, el guardia fue de nuevo a la celda.
- Pues al final va a resultar que era tu día de suerte, muchacha... - dijo, mientras abría la celda í¢€â€œ Alguien importante y con dinero te quiere fuera de aquí. Y es mejor llenar las celdas de indiviuos peores que una pequeñaja sin rumbo en la vida.
- ¿Cómo ese tipo? - respondió, limpiandose las manos en su ropa y señalando a la celda.
- ¿Qué tipo? Ahí no hay nadie, pequeña...
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